Robar libros es algo importantísimo. No por el riesgo, la descarga adrenalítica del delito o el aura vagamente romántica del hurto intelectual. Lo es porque esos, los que un día camuflamos en el abrigo, deslizamos en un bolso o acomodamos en la cintura del pantalón, son los libros que vamos a recordar siempre.
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