No debe ser agradable vivir a escasos metros de una plaza dedicada al hombre cuya denuncia sirvió para que fusilaran a tu padre. Eso es lo que le pasaba -y le sigue pasando- al escritor Fernando Sánchez Dragó quien, harto de esa situación, el 3 de septiembre del año 2006, se dirigió a la plaza de Juan Pujol con una escalera de mano, un aerosol de pintura negra, martillo, escoplo, otras herramientas y un puñado de cómplices y trató de destruir la placa identificativa del nombre del lugar.
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