Hay juegos que son peligrosos, y por eso sólo se ven en el circo, y hay pasajes de las grandes obras de literatura que hay que leer pero nunca llevar a la realidad. Estas lecciones las aprendió William S. Burroughs, y especialmente su esposa, de la manera más dura posible en 1951. En ese año estaba el afamado y polémico escritor estadounidense en su casa de México, dando una fiesta, cuando vaya usted a saber por qué el diablo le iluminó las ideas y le llevo a ofrecer a sus invitados un espectáculo que no olvidarían: emular a Guillermo Tell.
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