En un libro publicado hace tres años, El fin de la expansión, Ricardo Almenar nos recordaba cómo en la primera mitad del siglo XX la apuesta por el crecimiento económico se convertía, junto al avance científico y técnico, en la gran esperanza para renovar la fe en el progreso, esa idea de fondo que llevaba ya varios siglos animando la cosmovisión europea, un progreso convertido en doctrina, según Lewis Mumford, y cuyo sentido se tambaleaba tras el desastre de la Gran Guerra, amplificado poco después por las cámaras de gas y la bomba de hidrógen
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