Hasta hace unos años, autopublicarse era una palabra maldita en el mundo literario. Era sinónimo de autor tan malo, que no había editorial que quisiera publicarlo y terminaba haciéndolo por su cuenta y de su bolsillo. ¿Quién no ha visto en algún mercadillo o plaza de pueblo, a un fulano con pinta de no estar pasando su mejor momento, vendiendo sus propios libros en una mesa de camping?
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