Pocas cosas dan más rabia que un profesor corrigiendo o abroncando algo que está objetivamente ben hecho. Los malos docentes suelen equivocarse y encima se escudan en su autoridad para desacreditar cualquier crítica. Y los alumnos poco pueden hacer, más que tragar o calla. Pero eso era hasta la llega de Twitter. Y de Arturo Pérez-Reverte, claro.